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La Asamblea de ciudadanos de Iquique

 

Asambleas ciudadanas en búsqueda de nuevos pilares de la gobernanza mundial

Gustavo Marin, 17 de agosto de 2010


El mundo cambia rápida y profundamente. Desde fines del siglo pasado hemos entrado en una fase de transición en la que varias crisis van sucediéndose e intrincándose. La crisis financiera desatada en septiembre del 2008 es el reflejo de una crisis económica más amplia que afecta a franjas enteras de los sistemas bancarios e industriales, haciendo planear una vez más el espectro del desempleo masivo y la pobreza en numerosas regiones del planeta, con efectos diversos por cierto. En algunos países esta crisis es menos visible. Pero en la mayoría, sobre todo, en los países denominados desarrollados de Europa y en el mismo Estados Unidos, la crisis persiste y no se vislumbra la salida del túnel. La crisis financiera se combina con una crisis de relación entre la humanidad y la biosfera, que agrava los desequilibrios ecológicos y provoca, en el espacio de una generación –la nuestra–, situaciones inéditas de escasez de agua, de contaminación generalizada del aire, de deterioro de las condiciones de vida y de transporte. A estas crisis se agrega una más profunda, una crisis ética con respecto a los valores y principios sobre los cuales se han construido las sociedades y que hacen temblar los pilares esenciales sobre los que se han apoyado para enfrentar los desafíos que conlleva cada periodo de la historia.

Algunos historiadores y geopolíticos consideran la acumulación de estas crisis como el reflejo de una crisis más amplia y subterránea. En efecto, están produciéndose cambios profundos en las relaciones hombre y mujer, en las relaciones entre la humanidad y la biosfera y sobre todo en la relación entre las propias sociedades. Algunos dicen que esta imbricación compleja de crisis es en el fondo el síntoma de una crisis de civilización y que no se trata sólo de una crisis del capitalismo. Está claro que no estamos frente a cambios puramente económicos o políticos. Cambios éticos, alteraciones de la relación entre los seres humanos y cambios sistémicos son cuestiones vitales de la época de la historia que estamos viviendo.

Algunos hablan de la caída del muro de Berlín de 1989 como el punto de bifurcación histórica, otros evocan el fin del Apartheid y la elección presidencial de Mandela en Sudáfrica en 1994. Para los estadounidenses, son los atentados de Nueva York en 2001 los que dejaron su marca indeleble en la sociedad. Para muchos chilenos, el 11 de septiembre de 1973 fue una fecha que cambió nuestras vidas y de algún modo las de todo un pueblo. Más lejos aún, Antonio Gramsci, prisionero del régimen fascista italiano del período entre guerras, había escrito en sus cuadernos: “El viejo mundo se muere, el nuevo tarda en aparecer, y en ese claroscuro surgen los monstruos”. Nosotros podríamos repetir la misma idea hoy. Atravesamos zonas de turbulencia y de cambios rápidos, dentro de un largo período de transición y de profundas mutaciones que va a durar aún varias décadas. ¿Acaso estamos a bordo de un Titanic? Si es así, la cuestión que se plantea es saber si ya hemos chocado contra el iceberg o si nos acercamos a él inexorablemente. Más allá de la imagen, lo importante es ver que la idea de las Asambleas ciudadanas que lanzamos hace ya más de diez años se inserta en la búsqueda de una nueva perspectiva histórica.

En estos largos procesos de transición en los que nos encontramos, debemos inventar a la vez una nueva economía, un nuevo sistema político y una nueva forma de convivencia entre los pueblos. El objetivo principal de las Asambleas ciudadanas es imaginar, buscar, contribuir a generar las condiciones de construcción de una nueva y sustentable comunidad mundial. Es preciso concebir una nueva arquitectura de las relaciones entre las sociedades del mundo de hoy y del futuro porque los cimientos de la actual, fundados desde hace tres siglos, no resisten los embates de las crisis que estamos enfrentado.

El final de la guerra fría y el surgimiento o resurgimiento de países como China, India, Brasil o Rusia han alimentado la idea de que el planeta puede ser guiado, incluso dirigido, por un pequeño grupo de países poderosos que verían en una “buena gobernanza mundial” una manera de promulgar sus intereses nacionales respectivos. Pero históricamente este tipo de régimen presenta una enorme falla pues, invariablemente, una de las potencias del concierto de los grandes intenta, en un momento dado, invertir el statu quo en beneficio propio. Cabe señalar que, comparada con la visión de la hegemonía de un solo país sobre el resto del mundo -como la de Estados Unidos durante los años 1990-2000-, que nos remite al modelo imperial, esta alternativa “multipolar” parece marcar un avance con respecto al pasado reciente. Pero el G8 y el G20 sólo intentan regular un régimen que sigue basado en el Estado-nación, en el principio de inviolabilidad de la soberanía nacional, en una jerarquía rígida de las potencias.

Por lo tanto, vemos claramente que debemos rediseñar la arquitectura del poder y de la gobernanza a escala nacional, regional y mundial. Hemos vivido desde hace unos veinte años en este período de transición y en este contexto hemos formado parte del surgimiento, desigual por cierto, pero real, de una nueva sociedad civil a escala mundial. Nueva porque nos hemos ido desatando de los antiguos modelos ideológicos y de los viejos métodos de organización social y política, de la pesadez de las organizaciones burocráticas y jerarquizadas, de la obsolescencia de las consignas, etc., y porque hemos empezado a abrir nuevas vías para hacer frente a las crisis actuales. Aparece una búsqueda de nuevos paradigmas, de nuevas relaciones entre hombres y mujeres, de nuevos vínculos entre jóvenes y viejos, una valorización de la interculturalidad, de la diversidad, reivindicaciones de nuevos derechos humanos y una búsqueda de una nueva relación con la Tierra. Todos estos elementos han constituido un terreno fértil para el surgimiento de una nueva sociedad civil mundial, cada vez más pluricultural.

Fue justamente ese contexto el que dio lugar a la idea de las Asamblea ciudadanas, a inicios de los 1990. Desde 1992 hasta el 2001, realizamos decenas de encuentros en todo el mundo, desde Chile hasta China, pasando por India, Filipinas, El Líbano, África del Sur, Francia, Alemania, España, Brasil, entre muchos otros, creando alianzas ciudadanas y procesos de diálogo de sociedad a sociedad. Los Foros Sociales iniciados en Porto Alegre el 2001 dieron un nuevo impulso a la idea de construir una nueva ciudadanía a escala mundial. La idea de retomar esta convocatoria y organizar Asambleas ciudadanas también se fue gestando al interior de estos foros sociales. Desde mediados de esta primera década del siglo XXI, las Asambleas ciudadanas han empezado a desarrollarse en Asia (en foros entre chinos, indios, japoneses, coreanos, filipinos, indonesios), en la región del Sahel-Sahara en África, en torno al Mediterráneo, en el Cono Sur de América. La asamblea fundadora de la Asamblea Ciudadana del Cono Sur se realizará en Iquique, en noviembre de este año, reuniendo centenas de bolivianos, peruanos, chilenos y argentinos.

Las Asambleas buscan superar los límites de un evento efímero. Se trata de construir bases consistentes y sólidas de ciudadanas y ciudadanos, arraigadas en territorios que van más allá de las fronteras estatales, construidas alrededor de temáticas esenciales de su región y con un enfoque eminentemente multiprofesional, es decir con una diversidad de actores: campesinos, investigadores, religiosos, sindicatos, mujeres, jóvenes, militares, ONG, etc.). Constituyen tentativas por enraizar la construcción de la arquitectura de una nueva gobernanza mundial sobre nuevos cimientos, permitiendo el encuentro de ciudadanos, de redes, portadores de conceptos y propuestas para una nueva gobernanza mundial. Sin duda podemos discutir sobre el nombre que se le ha asignado: Asamblea ciudadana, de pueblos o de comunidades… no es lo que más importa. Pero algo sí es seguro y cierto: debemos inventar y producir desde ahora espacios consistentes, nuevos y sólidos donde los ciudadanos puedan reforzarse a sí mismos.

Esta idea no es exclusiva, en absoluto. No es más que una de las expresiones de una nueva y gran corriente social, múltiple y diversa. Hay y habrá una diversidad de dinámicas sociales según geometrías y ritmos variables. Lo importante es hacer que éstas se produzcan. Entonces, ¿hasta dónde iremos con las asambleas ciudadanas? Justamente, lo esencial es continuar haciendo camino... sabiendo que no tenemos ninguna certeza sobre cuándo llegará a su fin la estructura actual del poder mundial y seguramente lo que pasará después será diferente de lo que imaginamos hoy; pero aquellos de nosotros que continuemos el camino en busca de una mundialización humanista, asumimos la responsabilidad de construir desde ahora otro mundo, un mundo más justo, más responsable, plural y solidario.

Nuestro recorrido es también, simultáneamente, una exploración política muy profunda y ambiciosa. En agosto de 1789, un grupo de revolucionarios franceses redactó la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano. Hoy estamos viviendo la refundación histórica de los principios de la ciudadanía del siglo XXI. La arquitectura de la gobernanza mundial fue diseñada por arquitectos que fueron grandes filósofos europeos, seguidos luego por pensadores americanos: Emmanuel Kant, Hegel respecto de la noción de Estado, Rousseau, Montesquieu, Voltaire, los enciclopedistas franceses, sin olvidarse de Maquiavelo. Este pensamiento europeo esbozó la arquitectura del mundo. Luego fue retomada por los estadounidenses, especialmente Woodrow Wilson y Franklin Roosevelt, quienes sentaron las bases de la Sociedad de las Naciones y luego de las Naciones Unidas. La arquitectura actual en la que vivimos fue concebida con raíces históricas muy concretas. En la búsqueda de una nueva arquitectura de la gobernanza mundial, nos corresponde reconstruir un andamiaje a partir de nuevos pilares, asentados en la realidad del mundo moderno, a partir y más allá de la sabiduría milenaria de los pueblos originarios y los ancestros, de la época de Confucio, los escritos sánscritos indios, más allá de los revolucionarios franceses de La Bastilla, mas allá de las Naciones Unidas y el G20. Se trata claramente de una reinvención. La tarea será necesariamente larga y habrá que ser tan fuertes e incluso más lúcidos que Kant y Rousseau. Por eso es necesario caminar a partir de ahora, con la urgencia de caminar haciendo la historia paso a paso. Tenemos al menos el siglo XXI para refundar la arquitectura de la gobernanza mundial. Nos encontramos en el inicio de la aventura. El futuro es imprevisible, por cierto, pero nuestra aventura tiene sentido.

Por Gustavo Marin - Director del Foro por una nueva Gobernanza Mundial - www.gobernanza-mundial.org.

 

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Asambleas ciudadanas en búsqueda de nuevos pilares de la gobernanza mundial
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